16 oct 2011

El libro de los Seres Imaginarios, Jorge Luis Borges (selección)

El libro de los Seres Imaginarios
(1967)



EL CANCERBERO
Si el Infierno es una casa, la casa de Hades, es natural que un perro la guarde; también es natural que a ese perro lo imaginen atroz. La Teogonía de Hesíodo le atribuye cincuenta cabe­zas; para mayor comodidad de las artes plásticas, este número ha sido rebajado y las tres cabezas del Cancerbero son del dominio público. Virgilio menciona sus tres gargantas; Ovidio, su triple ladrido; Butler compara las tres coronas de la tiara del Papa, que es portero del Cielo, con las tres cabezas del perro que es portero de los Infiernos (Hudibras, 2). Dante le presta caracteres humanos que agravan su índole infernal: barba mugrienta y negra, manos tiñosas que desgarran, entre la lluvia, las almas de los réprobos. Muerde, ladra y muestra los dientes.
Sacar el Cancerbero a la luz del día fue el último de los trabajos de Hércules. Un escritor inglés del siglo XVIII, Zachary Grey, interpreta así la aventura:
“Este Perro con Tres Cabezas denota el pasado, el presente y el porvenir, que reciben y, como quien dice, devoran todas las cosas. Que fuera vencido por Hércules prueba que las Acciones heroicas son victoriosas sobre el Tiempo y subsisten en la Me­moria de la Posteridad”.
Según los textos más antiguos, el Cancerbero saluda con el rabo (que es una serpiente) a los que entran en el Infierno, y devora a los que procuran salir. Una tradición posterior lo hace morder a los que llegan; para apaciguarlo, era costumbre poner en el ataúd un pastel de miel.
En la mitología escandinava, un perro ensangrentado, Garmr, guarda la casa de los muertos y batallará con los dioses, cuando los lobos infernales devoren la luna y el sol. Algunos le atribuyen cuatro ojos; cuatro ojos tienen también los perros de Mama, dios brahmánico de la muerte.
El brahmanismo y el budismo ofrecen infiernos de perros, que, a semejanza del Cerbero dantesco, son verdugos de las almas.



EL MINOTAURO

La idea de una casa hecha para que la gente se pierda es tal vez más rara que la de un hombre con cabeza de toro, pero las dos se ayudan y la imagen del laberinto conviene a la imagen del Minotauro. Queda bien que en el centro de una casa monstruosa haya un habitante monstruoso.
El Minotauro, medio toro y medio hombre, nació de los amores de Pasifae, reina de Creta, con un toro blanco que Poseidón hizo salir del mar. Dédalo, autor del artificio que permitió que se realizaran tales amores, construyó el laberinto destinado a encerrar y a ocultar al hijo monstruoso. Éste comía carne humana; para su alimento, el rey de Creta exigió anualmente de Atenas un tributo de siete mancebos y de siete doncellas. Teseo decidió salvar a su patria de aquel gravamen y se ofreció voluntariamente. Ariadna, hija del rey, le dio un hilo para que no se perdiera en los corredores; el héroe mató al Minotauro y pudo salir del laberinto.
Ovidio, en un pentámetro que trata de ser ingenioso, habla del “hombre mitad toro y toro mitad hombre”; Dante, que conocía las palabras de los antiguos pero no sus monedas y monumentos, imaginó al Minotauro con cabeza de hombre y cuerpo de toro (Infierno, xll, 1-3o).
El culto del toro y de la doble hacha (cuyo nombre era labrys, que luego pudo dar “laberinto”) era típico de las religiones prehelénicas, que celebraban Tauromaquias sagradas. Formas humanas con cabeza de toro figuraron, a juzgar por las pinturas murales, en la demonología cretense. Probablemente, la fábula griega del Minotauro es una tardía y torpe versión de mitos antiquísimos, la sombra de otros sueños aún más horribles.



EL MONSTRUO AQUERONTE
Un solo hombre, una sola vez, vio al monstruo Aqueronte; el hecho se produjo en el siglo en la ciudad de Cork. El texto original de la historia, escrito en irlandés, se ha perdido, pero un monje benedictino de Regensburg (Ratisbona) lo tradujo al latín y de esa traducción el relato pasó a muchos idiomas y, entre otros, al sueco y al español. De la versión latina quedan cincuenta y tantos manuscritos, que concuerdan en lo esencial. Yisio Tundali (Visión de Tundal) es su nombre, y se la considera una de las fuentes del poema de Dante.
Empecemos por la voz “Aqueronte”. En el décimo libro de la Odisea, es un río infernal y fluye en los confines occidentales de la tierra habitable. Su nombre retumba en la Eneida, en la Farsalia de Lucano y en las Metamorfosis de Ovidio. Dante lo graba en un verso:
Su la trista ritiera d'Acheronte.
Una tradición hace de él un titán castigado; otra, de fecha posterior, lo sitúa no lejos del polo austral, bajo las constelaciones de las antípodas. Los etruscos tenían libros fatales que enseñaban la adivinación, y libros aquerónticos que enseñaban los caminos del alma después de la muerte del cuerpo. Con el tiempo, el “Aqueronte” llega a significar el “infierno”.
Tundal era un joven caballero irlandés, educado y valiente, pero de costumbres no irreprochables. Se enfermó en casa de una amiga y durante tres días y tres noches lo tuvieron por muerto, salvo que guardaba en el corazón un poco de calor. Cuando volvió en sí, refirió que el ángel de la guarda le había mostrado las regiones ultraterrenas. De las muchas maravillas que vio, la que ahora nos interesa es el monstruo Aqueronte.
Este es mayor que una montaña. Sus ojos llamean y su boca es tan grande que nueve mil hombres cabrían en ella. Dos réprobos, como dos pilares o atlantes, la mantienen abierta; uno está de pie, otro de cabeza. Tres gargantas conducen al interior; las tres vomitan fuego que no se apaga. Del vientre de la bestia sale la continua lamentación de infinitos réprobos devorados. Los demonios dicen a Tundal que el monstruo se llama Aqueronte. El ángel de la guarda desaparece y Tundal es arrastrado con los demás. Adentro de Aqueronte hay lágrimas, tinieblas, crujir de dientes, fuego, ardor intolerable, frío glacial, perros, osos, leones y culebras. En esta leyenda, el infierno es un animal con otros animales adentro.
En 1758, Emanuel Swedenborg escribió: “No me ha sido otorgado ver la forma general del Infierno, pero me han dicho que de igual manera que el Cielo tiene forma humana, el Infierno tiene la forma de un demonio”.



LAS NORNAS
En la mitología medieval de los escandinavos, las Nornas son las Parcas. Snorri Sturluson, que, a principios del siglo mil ordenó esa dispersa mitología, nos dice que las principales son tres y que sus nombres son Pasada, Presente y Porvenir. Es verosímil sospechar que la última circunstancia es un refinamiento, o adición, de naturaleza teológica; los antiguos germanas no eran propensos a tales abstracciones. Snorri nos enseña tres doncellas junto a una fuente, al pie del árbol Yggdrasill, que es el mundo. Urden ine­xorables nuestra suerte.
El tiempo (de que están hechas) las fue olvidando, pero hacia 1606 William Shakespeare escribió la tragedia de Macbeth, en cuya primera escena aparecen. Son las tres brujas que predicen a los guerreros el destino que los aguarda. Shakespeare las llama las weird sisters, las “hermanas fatales”, las Parcas. Wyrd, entre los anglosajones, era la divinidad silenciosa que presidía sobre los in­mortales y los mortales.

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